Creció en el bosque (es un ser silvestre) y no conoce preceptos morales ni ordenamientos civiles. Aquí aplica muy bien aquello de “el que nada sabe, nada teme”. Ténganlo en cuenta para que no les choque eso de que “no conoce el miedo”; no es un valentón al estilo ranchero ni hollywoodense. Y noten que no es un perfecto troglodita. Es un ser que cuanto ha aprendido viene de la naturaleza: de los animales, de los árboles y de los elementos.
Hay una excepción, claro: Mime, el nibelungo que lo crió con la idea de que el muchacho le ganaría el anillo y demás tesoros que resguarda Fafner, el gigante convertido en dragón. Y alguien más también tiene expectativas en nuestro protagonista: Wotan espera que sus actos trastoquen el orden corrompido del mundo (calamidad en la que él mismo tuvo mucho que ver), aunque esto signifique que los dioses desaparecerán con él.
Tendremos pues mucha poesía y alegoría social. Pero al final de esta jornada escénica –“Sigfrido”, tercera parte de la tetralogía wagneriana- podremos disfrutar de uno de los momentos más emocionantes en lo que a la música se refiere: nuestro héroe va en busca de la mujer que duerme en un peñasco circundado por el fuego, la valquiria Brunhilda. La despertará como en los cuentos de hadas.
Nuevamente les recomendamos ponerse flojitos y dejar que fluyan las palabras y la música. Y recuerden que aún no hay colorín colorado: la semana que viene veremos si viven felices o qué.
Comentario de Rodolfo Ortega.
Productor de Escenarios